Biblioteca Popular José A. Guisasola






Cuento» Crispolo


Me gustan mucho los animales y quería tener alguno en casa. Se me ocurrió entonces pedir un gato como regalo de mi cumpleaños número seis. Adoro a los gatos.

¡Para qué! Mamá puso el grito en el cielo:

—¡Un gato es lo que me falta para acabar de volverme loca con la limpieza del departamento!

—Yo voy a ocuparme de él, mami... —dije débilmente, porque cuando mi mamá pone el grito en el cielo es capaz de mandarme a mí también volando hasta allí...

—¡Sí, seguro que te vas a ocupar de jugar con él, de ayudarlo a despellejar los sillones, de enchastrar juntos la moquette del living! El horno no estaba para bollos así que, de inmediato, tuve que resignarme a canjear al gato por un inofensivo robot dirigido a control remoto.

El "Día del Niño" de aquel mismo año volví a formular mi pedido y cambié de animal, a ver si con ése tenía más suerte:

—Una tortuga, papi, me gustaría que me regalaran una tortuga...

—Esos bichos son para tener en un jardín.

Esperé entonces hasta Navidad para insistir con mi deseo. Lo había pensado bastante y llegué a la conclusión de que unos peces no ocasionarían mayores dificultades.

Pero me equivoqué:

—¿Dónde vas a criar esos peces, en la bañera?

¿Por qué no?, me dije para adentro.

—No, nene, no queda sitio libre para peceras. Para eso, compro el secrétaire que hace tiempo quisiera poner en el único espacio libre que queda en la sala...

—¿Y un perrito enano?

—No.

—¿Un mono tití?

—¡Menos!

—¿Un conejito?

—Estás loco.

—¿Algún hámster?

—¡Repulsivo!

—¿Tal vez un lorito, mamá? ¿Ni siquiera una langosta, papi? ¿Una vaquita de San Antonio? ¿Una hormiga? ¿Un mosquito? ¿Un microbio?



© 1981, Elsa Bornemann
c/o Guillermo Schavelzon Graham Agencia Literaria
www.schavelzongraham.com



Cuento» No. Doble no y triple no


Entonces me enojé y decidí ponerme en campaña para conseguir un animalito por mi cuenta. En secreto. Ne-ce-si-ta-ba tenerlo.

La suerte estuvo de mi parte y sería muy largo que te contara todos los detalles acerca de cómo lo conseguí. Por eso, voy al grano: un sábado a la tarde, a la hora de la siesta, se detuvo finalmente un esperado camión enfrente de mi casa.

Dentro del camión, un cajón bastante grandecito. Dentro del cajón: Crispolo, mi cachorro de elefante.

Los obreros de la construcción de al lado me prestaron una roldana y una soga resistente. En cinco minutos, Crispolo estaba dentro de la habitación de huéspedes de mi casa, esa pieza de la que —por esa época— solamente eran huéspedes algunas cajas y cosas por el estilo.

Recorrí el departamento en puntas de pies y volví junto a Crispolo requetecontento: mi familia no se había despertado.

Gracias a los kilos y kilos de alimentos que yo le daba (y cómo los obtenía tampoco te lo voy a contar porque sería cosa de nunca acabar) mi elefante crecía lo más sanito. Para que no se acalambrara, ya que la habitación poco a poco le iba quedando chica para sus juegos, me propuse enseñarle algunos ejercicios físicos. Para ello, aprovechaba los momentos en que ambos nos quedábamos solos en casa.

Un pasito para aquí... Tres saltitos para allá... Un zapateo americano...

Entonces empezó nuestra desgracia. Los vecinos de abajo se quejaron a mi mamá, protestando "porque nuestras arañas se bambolean misteriosamente, y qué de golpes dan ustedes sobre el piso, y una grieta recorre nuestro cielorraso de pared a pared, y la pintura empezó a desprenderse del techo... ¡y o terminan de una vez con tanto barullo o vamos a elevar una nota al consorcio!".

Mis padres me miraron fijamente. Yo miré fijamente las florcitas de los azulejos de la cocina. En fin, que en un instante ya estaban los dos frente a la pieza de huéspedes con toda la intención de abrir la puerta y entrar. Tuve que entregarles la llave que ocultaba en mi media.

La puerta la abrieron con relativa facilidad. Lo que no pudieron es entrar. Crispolo había crecido tanto ya que ocupaba toda la habitación.

Papá sostuvo a mamá, que corría peligro de desmayarse. Yo aproveché que tenía las manos ocupadas para escapar de su mirada amenazante y esconderme en mi dormitorio.

De todos modos, por más que me retaron y me pusieron en penitencia, fue imposible sacar a Crispolo de la habitación: por la puerta no pasa, por la ventana, menos. ¿Echar abajo las paredes?

Resultado: Crispolo sigue en casa, conmigo. Es mi mascota y nos queremos a más no poder.

¡Por fin tengo un animalito!

(¿Cómo? ¿Que es mentira que tengo un elefante en mi departamento?

No confundas "mentir" con "imaginar", ¿eh?

Y bueno, sí, lo cierto es que imaginé toda esta historia de pura rabia, porque no me permitían tener un animalito...

Un día se la conté a mi "tía postiza", la escritora del quinto piso. Primero se rió. Después se quedó unos minutos mirándome en silencio. Enseguida cambió de tema.

Esa noche fue a tomar un café a mi casa y a charlar un rato con mis padres. A mí ya me habían mandado dormir, así que no escuché nada de lo que conversaron.)



© 1981, Elsa Bornemann
c/o Guillermo Schavelzon Graham Agencia Literaria
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Cuento» En un lugar de mi noche


Tal vez llovía cuando me desperté. Oía un murmullo. Me senté y traté de ubicar de dónde provenía: de abajo de la cama.

Sin encender el velador, me estiré todo lo que pude, hasta dejar mi cabeza colgando.

Entonces miré allí abajo. Es decir, traté de mirar, porque lo cierto es que no vi nada. Oscuridad más oscuridad...

El murmullo continuaba.

"Seguramente está lloviendo"... pensé, y volví a recostarme. Creo que entonces me quedé dormido.

A la mañana siguiente ni siquiera recordé lo sucedido. Pero esa noche, otra vez el murmullo debajo de mi cama. No era posible que lloviera: mi mamá había dejado las persianas levantadas y a través de la ventana podía ver una tajada de luna y algunas estrellas. No. No llovía.

Me despabilé, me levanté de puntillas y fui a la sala para buscar el encendedor de mi papá. (Mi tío Lucas dice que las cosas mágicas desaparecen si se las quiere ver con luz eléctrica...) No me costó trabajo encontrarlo en la oscuridad; suele dejarlo junto a la caja de las pipas.

Volví a mi dormitorio. El murmullo era ahora un repetido Miii... Miiiii...

Me arrodillé y con el encendedor alumbré el pedacito de noche que se acurrucaba debajo de mi cama. El retacito negro desapareció y en su lugar vi (¿siete? ¿doce? ¿veintinueve? ¿treinta y tres?) un montón de gatos maullando suavemente. Gatos ceIestes, gatos verdes, gatos rayados, gatos a cuadritos, gatos violetas, gatos a lunares, gatos fosforescentes...

De pronto, la llamita del encendedor se apagó. Fue inútil que tratara de volver a usarlo: se había consumido todo el gas.

Volví a mi cama, entre fastidiado y sorprendido, entre asustado y contento...

El murmullo había cesado como por arte de magia y finalmente me quedé nuevamente dormido. Cuando me desperté, miré abajo de la cama pero sólo vi mis chinelas y algunas pelusitas. ¡Los gatos no estaban ya!

¡Cómo se rió mi mamá cuando le conté lo que había visto! Mi papá también. No me creyeron.

—Otro invento tuyo —aseguró mi padre.

—Lo soñaste, nene —me dijo mi mamá—, lo soñaste debido a tu gran deseo de tener un gatito... Los sueños siempre nos regalan aquello que más queremos...



© 1981, Elsa Bornemann
c/o Guillermo Schavelzon Graham Agencia Literaria
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Cuento» Una nube en mi casa


Algunos días después, sorprendí a mis padres conversando en voz baja junto a la puerta de calle, antes de que mi papá se fuera para el trabajo. Alcancé a escuchar algunas palabras sueltas:

—Andi... Su sueño... Ganas... Un gato... El nene... Podríamos...

Esa noche, papá regresó del laboratorio un ratito más tarde que de costumbre. Estábamos cenando cuando entró al comedor, llevando una canasta.

—Aquí está, Andi —me dijo—. Un regalo que te hacemos mami y yo. Ojalá te guste.— Y abrió la tapa. Una nubecita peluda saltó entonces sobre mi falda. Ni celeste, ni verde, ni rayada, ni a cuadritos, ni violeta, ni a lunares, ni fosforescente... Una gata totalmente blanca.

—¿Qué nombre le vas a poner? —me preguntaron.

Mamá sonreía. Papá también. A mí se me anudó la garganta como cuando siento ganas de llorar. Entonces aprendí que, a veces, la alegría produce sensaciones muy parecidas a la tristeza...

Cuando llegó el momento de ir a dormir, Nube se acomodó a los pies de mi cama. Me pareció que me guiñaba los ojitos, antes de que mi mamá apagara la luz.

Habrían pasado dos o tres horas cuando me desperté. No podía dudar de lo que oía tan claramente: eran maullidos... ¡Y salían de abajo de mi cama!

Tanteé sobre la colcha, tratando de encontrar a Nube pero no la hallé.

Encendí un fósforo y miré debajo de la cama. Allí estaba ella, una madeja blanca desovillándose juguetona entre ¿siete? ¿doce? ¿veintinueve? ¿treinta y tres gatos?

Allí estaba Nube, maullando a coro con los gatos celestes, los verdes, los rayados, los cuadriculados, los violetas, los a lunares, los fosforescentes...

Ahora podía estar seguro: un montón de gatos ocupaba el lugarcito de noche que quedaba debajo de mi cama: ¡Nube también los veía!

Soplé el fósforo y me volví a acostar, tras un rato de mirarlos encantado. Eran tan hermosos... (Gasté como dos docenas de fósforos.)

Lo último que escuché y vi antes de quedarme dormido fueron siete raros maullidos pintando mechones de oscuridad: un maullido celeste... un maullido verde... un maullido rayado... un maullido a cuadritos... un maullido violeta... un maullido a lunares... y un maullido fosforescente.

¡Qué lástima no haber tenido una cámara para fotografiarlos!

Y aunque mi mamá me dijo más tarde que no había oído nada... y mi papá me dijo más tarde que no había oído nada...

Yo estoy seguro de que gatos y maullidos eran reales y que el mundo de los sueños fue sacudido por ellos.



© 1981, Elsa Bornemann
c/o Guillermo Schavelzon Graham Agencia Literaria
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"El niño envuelto"
Ilustrado por Federico Porfiri
Acuarela sobre papel

http://porfiri.blogspot.com/2014/02/homenaje-elsa-bornemann.html



Muestra de Ilustración en homenaje a la escritora argentina Elsa Bornemann
http://elsabornemannilustrada.blogspot.com/


El niño envuelto
Elsa Bornemann
Ilustrador: Sebastián Dufour
Editorial: Alfaguara
Colección: Serie Naranja
Edad: Desde 10 años


Sinopsis

Andrés, el protagonista de esta historia, narra desde su punto de vista las experiencias que van marcando su vida. La escuela, el mundo de los adultos, los primeros interrogantes y los secretos del corazón se develan a lo largo de anécdotas, cuentos, canciones y mensajes ultra secretos, especiales para lectores curiosos. Un libro ideal para acompañar a los chicos en su etapa de crecimiento.

https://www.loqueleo.com/ar/libro/el-nino-envuelto



Cuatro ufas

No existe un día más hermoso que el día de hoy

Cuando sea grande

Visto y leído en:

EL NIÑO ENVUELTO - COLECCIÓN TOBOGÁN - Ediciones Orión Buenos Aires

Prácticas del Lenguaje (El material que se publica en este sitio tiene fines educativos)
https://adrianamarron.blogspot.com/2014/06/elsa-bornemann.html

Bornemann Elsa - El niño envuelto, by Soledad Cardoso - issuu
https://issuu.com/soledadcardoso3/docs/bornemann_elsa_-_el_ni_o_envuelto

Academia.edu - portal para académicos en formato de red social.
https://www.academia.edu/4831946/Bornemann_Elsa_-_El_Ni%C3%B1o_Envuelto_DOC
"Argentina crece leyendo"


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