Biblioteca Popular José A. Guisasola




Había una vez, en el reino de Moladovia, una reina y un rey que tenían una única hija.

La princesa era malísima y –como si esto fuera poco– también fea como el sarampión.

—¡No puede ser! —chillaban los soberanos cuando nadie los veía—. ¡Las princesas de los cuentos son siempre buenas y hermosas!

Cerca del palacio, vivía la bruja Cunegunda, madre —claro está— de una brujita. Pero de una brujita distinta de todas las conocidas… Era muy, muy bondadosa y —como si esto fuera poco— una estrella de linda.

—¡No puede ser! —pataleaba Cunegunda cuando nadie la veía— ¡las brujas de los cuentos son siempre malvadas y horribles!

Cierto día, apareció una fantástica carroza en las calles de Moladovia, tirada por diecinueve caballos negros. Se detuvo frente a la plaza principal del reinado. Enseguida, bajó de ella un corpulento erizo uniformado y tocó la trompeta.

Cuando casi todos los habitantes de Moladovia llenaron la plaza y sus alrededores, el erizo plantó un cartel junto a la carroza. En el cartel decía: Aquí ha llegado el riquísimo príncipe de Ulitania. Busca novia para casarse de inmediato. Invita a las jovencitas que se encuentren en edad de contraer matrimonio, para que se presenten en este lugar. Las interesadas, hagan cola hacia la derecha y —por favor— no amontonarse.

Al rato, se formó una larguísima hilera de muchachas. Hasta la propia princesa esperaba turno. Lo raro era que estaba en último lugar, furiosa y protestando por lo bajo, ya que hasta allí la habían conducido sus padres casi a la rastra, decididos a librarse de la hija tan insoportable. Ella se había dado cuenta y ni loca pensaba darles el gusto. Estaban convencidos de que el poderoso príncipe la elegiría, después de rechazar a las demás. (Aunque mala y repelente, era una verdadera princesa, ¡ja!).

Pero ocurrió que hasta la princesa fue rechazada, al igual que los cientos de chicas que se habían presentado. Y había sido el erizo quien —tras consultar misteriosamente por un agujerito de la carroza— anunció que Mi señor dice que con ésta no, con ésta tampoco, con ésta menos… y con aquella menos que menos…

De este modo fueron descartadas todas las aspirantes a novia, hasta la mismísima princesa de Moladovia. La bruja Cunegunda —encaramada en la copa de un árbol y muerta de risa— observó la increíble escena. Imaginaba que pronto sería rica a costillas de su hija.

—Puaj —murmuraba— la condenada sí que es buenísima y hermosa, ¡aj!

Entonces, empujó a la brujita para que se acercara a la carroza.

Casi a las patadas la condujo, porque su hija no quería saber nada de casarse con alguien a quien no conocía, por más potentado príncipe de Ulitania que fuese. Por eso —cuando estuvo frente al erizo— le susurró, en un cortajeado hilito de voz:

—Yo no deseo ser la esposa de tu príncipe… Nunca lo vi… Cómo puedo amarlo si no sé cómo es… Además… la verdad… soy una brujita… Y se echó a llorar.

En el mismo momento en que la pobre se echó a llorar, un relámpago alumbró carroza y erizo. Y la carroza se partió en gajos, se hizo humo y su sitio lo ocupó un enorme globo de gas, listo para partir. Y el erizo se transformó en invisible y en su lugar apareció un dulce muchacho que le dijo a la brujita, ante el asombro de todos:

—Amor mío, ¡por fin volvemos a encontrarnos…!

Sin entender nada, la brujita parpadeó durante unos instantes. Ya se secaba las últimas lágrimas cuando —de repente— recordó algo y se arrojó a los brazos del joven. Gritaba, mientras repetía:

—Sí, sí, sí; recuperé la memoria, mi vida; ya recuerdo… ¡Nos encantaron!

—Nos separaron en otro cuento y… —agregaba él— …nos convirtieron en erizo y bruja y nos mandaron a éste…

Entonces, se tomaron de las manos y subieron al globo.

Antes de despegarse de la historia a la que no pertenecían, se despidieron del gentío que los rodeaba y que los miraba con las bocas abiertas, sin comprender ni mu de lo que estaba sucediendo.

—Chau… Adiós… Hasta nunca jamás… —exclamaban a dúo—. ¡Ahora vamos a inventar nuestro cuento, nuestro cuento!

El globo se elevó por los aires, llevándose a los felices novios.

—¡No puede ser! —afirmó el reino de Moladovia entero.

Pero sí; pudo ser. Por eso, llegamos a un colorín-colorado desprincipado, deserizado y desembrujado.

FIN
© Herederos de Elsa Bornemann
c/o Guillermo Schavelzon Graham Agencia Literaria
www.schavelzongraham.com

Visto y leído en:

Los Tun Tunes 3. Edit. Mandioca
https://issuu.com/estacionmandioca/docs/2014_1c_ttunes3_recorrer_el_libro
Cuento aprincipado.docx - Cargado por Julia Camio ©Scribd
https://es.scribd.com/document/404160565/Cuento-aprincipado-docx
Prácticas del Lenguaje de 3ero - Instituto Formar Futuro – CABA
http://formarfuturo.org.ar/wp-content/uploads/2020/03/lengua-1234-4.pdf
Imagen del cuento:
https://mandiocadigital.com.ar/audiocuentos/12/view
"Argentina crece leyendo"


“Por una biblioteca popular más inclusiva, solidaria y comprometida con la sociedad”
Ir Arriba